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Sobre "Un oso Polar", carta abierta a Pablo Natale

02:34 PM, 23/7/2009 .. Publicado en Comentario de libros .. 1 comentarios .. Link

 

Querido Pablo: el asunto de este mail sería “Todos los mensajes llegan a destino”, que es, según dice un amigo lacaniano, lo que Lacan dice del mensaje del cuento de Poe en ese seminario tan famoso que no leí. Es decir que me llegó por fin Un oso Polar después de una serie un poco sinuosa de idas y venidas por distintas manos. En definitiva ese itinerario del libro le va muy bien al espíritu de tus relatos, a esas historias llenas de baches, de aplazamientos, de apariciones y reapariciones un poco misteriosas. Al cuento “Un oso polar” lo leí, con esta, tres veces. La primera cuando lo mandaste por mail, la segunda cuando un amigo, Marcelo Díaz, me prestó tu libro, y ahora en mi ejemplar. Recuerdo que la otra vez te escribí un mail un poco confuso (y espero que no descortés) explicándote mi desconcierto y ahora te escribo, ante todo, para agradecerte el gesto de mandar el libro y también para comentarte mi lectura. En realidad hace varios días que orbito en torno a “lo que lo tengo que escribir a Natale” y no hago muchos progresos en ese tema. Por eso me decidí a anotar más que nada las sensaciones y las incertidumbres poslectura. De los tres autores de Córdoba que vinieron a Río Cuarto representando a la editorial Recovecos me queda por leer a Alarcón, a Gaiteri sí lo leí con cierta sorpresa porque no lo conocía y le escribí un mail un tanto eufórico porque encontré en él algo que siento que también es mío, algo que entiendo y que me tranquiliza. Personajes al borde de la destrucción, imposibilidad de establecer vínculos más o menos “sanos”, una prosa parca, argumentos pequeños, realismo desencantado, ecos de la narrativa norteamericana (de cierta narrativa, lo poco que más o menos conozco, Salinger, Carver ¿no?). Y si a Gaiteri lo puedo calificar en términos positivos, puedo decir todo lo que es, en tu caso me pasa lo contrario, solamente se me ocurren cosas que tus textos (hablo de los del libro) no son. En cierta forma eso es lo mejor que a uno le puede pasar como lector, hallarse ante algo inédito que te obliga a salirte de lo que tenías en mente, de lo que pensabas que era un libro de cuentos, de lo que se espera que haga un autor joven de Córdoba que escribe hoy. La semana pasado vi, volvía a ver siguiendo la recomendación de tu blog, Historias extraordinarias. Después me puse a buscar cosas sobre Llinás, puse como fondo de pantalla esa imagen de Z, X y H y me dije: este tipo hizo una cosa genial con todo lo que se supone que no hace el “buen cine argentino hoy”. Exceso de voz en off, aventura, tramas complicadas, uso de los géneros masivos, amplio despliegue de producción, entre otras cosas. Pensé que lo de Llinás es algo a tener en cuenta: si uno hace una buena película o un buen libro en la línea de lo que se viene haciendo en un momento, bárbaro, pero mucho mejor es hacer algo en una dirección inesperada. En cierta forma  Un oso Polar ingresa así en mi (limitado y arbitrario) sistema de lecturas, sólo que todavía no lo entiendo. Entender para mí significa identificar los procedimientos y describir cómo operan, qué efectos producen, cuáles son sus motivaciones. Obviamente que cuando leo no pienso eso sino que disfruto como cualquier hijo de vecino, pero después quiero entender, y trato de hacerlo a partir de un efecto, de lo que el texto (me) genera. Sería un poco la vieja lección de Barthes con respecto al realismo: por qué cuando leo a Flaubert siento que casi puedo tocar lo real, las gotas de transpiración en la espalda de Emma Bovary, el puro de su esposo aplastado en un plato sucio. Bueno, dice Barthes, porque hay un procedimiento que genera ese efecto de lo real, hay una detención en el detalle, la nominación de todo lo (aparentemente) banal e insignificante. O, para dar otro ejemplo, uno podría preguntarse, por qué cuando leo a Felisberto Hernández siento que estoy como dentro de un sueño, de dónde viene ese efecto. Bueno, por ciertos procedimientos: las personas son como animales (un vendedor de medias es un cocodrilo, una mujer pálida y gorda es una vaca, un caballo encuentra que una maestra se le parece), además las partes del cuerpo humano se autonomizan o se objetivan (una mano es una araña, los ojos del acomodador del cine son linternas), al mismo tiempo las cosas parecen tener vida (unas muñecas autómatas se confunden con personas, un balcón se “suicida”), las escenas suceden en ámbitos oscuros, informes, está la presencia del agua (la casa inundada por ejemplo). Todo eso y otras cosas más generan un efecto propio de lo onírico.

Doy estos ejemplos para tratar de dar una idea de cómo leo tus cuentos, según qué proceso. Como te decía la otra vez, me parece que es muy difícil decir algo sobre un texto literario, algo que no sea totalmente obvio o totalmente vacío como un juicio de valor lapidario. Lo más difícil, lo que rara vez se hace, es argumentar con algún cuidado a favor de un juicio de valor (positivo o negativo). Por ejemplo, qué significa que los autores que nombra Lo Presti en su nota como autores que no tienen un proyecto tengamos escrituras “vacilantes”; porque, de última, no “vacilamos” igual vos, yo, Ramiro Prósperi o Javier Quintá y todos los que según Lo Presti estamos de más en la antología. Acá hay que ayudar a la gente a no hacerse mala sangre: una nota que evalúa sin describir y sin argumentar no comunica nada sobre los textos.

 

Un oso Polar

¿Bueno, qué veo de tu libro, qué alcanzo a ver un poco a los tanteos? Una forma de comenzar podría ser decir que hay una continuidad en tres cuentos: “Un oso polar”, “Acerca del verde claro” y “Frío helado sobre la osa mayor”. Es una similitud temática si se quiere, son historias con argumentos afines, son biografías. La de Lautaro Hanz Melzemberg, la de Guillermo Kenny y la de las gemelas Olsen. Lo que me parece que es característico de las tres es el carácter incierto de esas vidas, la información insuficiente, contradictoria, a veces banal y otras veces desconcertante que tenemos de estos personajes. El narrador no participa de las acciones que cuenta, es una suerte de testigo vacilante que se la pasa haciéndose preguntas y que, cuando ha conocido a uno de los personajes (el caso de “Acerca del verde claro”) no tiene información fehaciente sobre nada. El narrador “cree” recordar, escucha que se “dice” algo sobre los protagonistas pero les pierde todo el tiempo la pista. Es como si los relatos ostentaran una aversión a la continuidad, como si exhibieran la impotencia del acto de narrar. En el caso de “Un oso Polar” y de “Frío helado sobre la osa mayor” se trata, más que de la historia de un personaje, de sagas familiares, de historias de padres, hijos, hermanos, tíos y sobrinos que se dispersan por el mundo a medida que transcurren los años. Se los ve aparecer y reaparecer en distintos lugares desarrollando actividades insólitas, enviándose cartas o fotos (se incluyen también esas fotos familiares en algunos casos) y separándose otra vez. También los personajes secundarios tienen esa identidad difusa y una pulsión errante que termina dándoles un estatuto fantasmagórico (pienso en la “chica checa”, por ejemplo). Si uno intentara aplicarle alguno de los modelos de análisis diseñados por los narratólogos franceses a estos textos, si quisiera dar cuenta, por ejemplo, de la “lógica de los posibles narrativos” o exponer las “acciones cardinales” llegaría a la conclusión de que en este libro no hay nunca continuidad, no hay orden, no hay causalidad visible, no hay coherencia, no hay una historia completa y no hay tampoco la menor intención de crear universos verosímiles que nos hagan pensar que se trata de historias que podrían pasar en el mundo real. Se trata más bien de poner en evidencia el artificio, la irrealidad de estos mundos de ficción acentuada por el aire exótico de los personajes, su extranjería, sus nombres que generan inmediatamente una impresión de extrañeza para el lector argentino (Ordalia, Taleena, Hans, Mel, Bavario, Alba Quincy). Por eso desconcierta la palabra “realismo” que figura en la contratapa caracterizando la poética del autor. Más allá de que se diga que es un realismo nostálgico (¿?) y “distorsionado”, la palabra realismo implica una voluntad de mimesis, de algún tipo de ajuste entre la ficción y el orden de lo real que en estos relatos está deliberadamente ausente. Es más, en “Frío helado…” se usa un recurso que radicaliza la distancia con respecto al realismo ya que hay un personaje que escribe literatura (la menor de las hermanas Olsen, Taleena) y que inventa a un personaje (Nikita) que luego se le aparece en el plano de la realidad a la otra hermana Olsen, Anne Merié. Hay, diríamos, un plano ficcional y uno metaficcional y hay un paso, una transgresión inexplicable de uno al otro plano. Ese recurso, esa figura que suele ser caracterizada como metalepsis, aparece con frecuencia en la literatura fantástica, en “Continuidad de los parques”, por ejemplo. Hay un pasaje de “Frío…” que en principio podría ser tomado como una clave interna del relato (y tal vez de todos los relatos) en la que se establece una distinción entre el mundo “real” y el mundo “posible”. Y la diferencia que hay entre el mundo real y el mundo posible es que en el posible “sucede exactamente lo mismo (que en el mundo real), pero al mismo tiempo al revés”. Al final de ese pasaje el personaje que da la explicación pregunta “¿Se entiende?” y a continuación hay unos puntos suspensivos correspondientes a la intervención del que recibe la explicación. Ese silencio significa que no, no se entiende porque el mundo posible se define en términos aporéticos o paradójicos. Sin embargo esta imposibilidad de comprender ya no debería sorprendernos  a esta altura porque unas páginas atrás el narrador había advertido que la historia sería incomprensible a partir de ese momento: “Hasta aquí la parte comprensible de la historia de las gemelas Olsen”. Hay otro recurso que acentúa esta sensación de que los textos no nos arrojarán a la tierra firme del sentido cuando lleguemos al final de la lectura sino que nos dejarán zozobrar en las siempre angustiantes aguas del desconcierto, me refiero al uso de los acápites y dedicatorias que preceden a los cuentos. Son muy diversas las funciones de los acápites pero por lo general, en la mayoría de los libros, tienen la función de dar una clave interpretativa y contribuyen a cerrar el sentido de los textos. En ese sentido me parece que, de las utilizadas en Un oso Polar, la que precede a “Frío…” es la más productiva para el lector: “vivía el arte como un sacrificio”, firmada por “S.K” (¿Sören Kierkegaard?). Se puede conjeturar que la frase se aplica a Taleena Olsen, la escritora que un día quema junto a su novio hacker su obra en una hoguera. Pero antes está esta dedicatoria “para la gente de la ciudad perdida” que es de muy difícil interpretación. Hay otro acápite, inferimos que del texto “El narrador” de W. Benjamin (también firmada con iniciales); una frase de W. Stevens (“la lengua es un ojo”) y otra que parece ser de la Biblia. De todas ellas se podría arriesgar algún tipo de relación con el contenido de las historias que les siguen, pero se trata de relaciones muy lábiles, de vínculos inciertos que quedan librados un poco a la imaginación de cada lector. Tal vez la que mayor esfuerzo requiera es la que nos obliga a establecer alguna relación entre la crítica a los medios masivos y a la descripción de la progresiva pérdida de la experiencia que hace Benjamin con el posterior relato (“Pieles rojas!”) en el que se cuenta la llegada de unos indios a un vecindario de una ciudad. ¿Será esta cita una clave que tiene que ver con todos los cuentos en la medida en que Benjamin plantea la imposibilidad de tener experiencias en la modernidad y la declinación de la capacidad de narrar? ¿se hace evidente esa dificultad en el permanente titubeo del narrador de estos cuentos, por ejemplo en la siguiente cita?: “¿Es acaso de tal importancia el punto, el momento, en que dichas vidas se encuentran? ¿No fueron, siquiera, tampoco unos años? Sí. No. Sí; pero no”. ¿O es que estas asociaciones conducen a interpretaciones aberrantes que el libro no admite? ¿Pasa por otro lado el eje de este libro y a mí se me escapa, no lo alcanzo a ver? ¿Y si Un oso Polar dialoga con otros libros que no he leído? ¿Si este libro es una trampa para incautos, para lectores “hembra”, para lectores desactualizados? A lo mejor estos cuentos no se dejan someter a “la tiranía del sentido”, como dice Nancy Fernández a propósito de la poesía de Arturro Carrera. Puede ser, todo puede ser. En todo caso estas torpes aproximaciones darán lugar a futuras aclaraciones, a la instrucción de los lectores más avezados. Lo que digo no tiene ni la menor sombre de ironía, permanentemente me topo con libros (sobre todo de poesía) que me producen el más absoluto desconcierto. Naturalmente que siempre es más fácil caer en el snobismo, decir que a uno le gusta lo que los demás dicen que es bueno aunque uno no sepa por qué lo es, pero creo que hay que sincerarse, reconocer que muchas veces hay textos que necesitan más de lo que uno puede darles. No abundo en comentarios de los otros dos cuentos (“Dibujos –diario de viaje-“, que es el que más disfrute, y “Pieles rojas!”, el más extraño de toda la serie) para no colmar tu paciencia, Pablo, y la de algún eventual lector del blog, si es que alguno ha llegado hasta acá. O sí, digo algo sobre “Dibujos” en dos líneas: es el diario de un sujeto inane que dibuja su impotencia, grafica la incapacidad de actuar, de trabajar, de vivir. Sobre el final encuentra el dibujo perfecto de un hombre, ese dibujo debería ser una hoja en blanco, la ausencia de dibujo porque “Un hombre perfecto es un hombre ocupado. No tiene que mostrar sus dibujos”.

 

Coda

Espero que todo lo anterior no te resulte algo así como la obra de un lunático de pocas luces. Lo hice de este modo porque quería dar una respuesta sincera a tu gesto de enviar el libro. Me bastaron dos minutos de conversación con vos para animarme a hacerlo poniendo a prueba tu tolerancia ante un texto tan poco amable como el mío. En verdad necesitada hacerlo así, con honestidad, sin caer en el “sí dieguismo”, como dice Fabián Casas, en la palmadita en la espalda. Tengo la impresión de que en general (y hablo también de los periodistas y de los “jóvenes escritores cordobeses”) se lee muy por arriba y luego se hacen cometarios vagos y llenos de suficiencia, como si diéramos por hecho que ningún libro nos perturba, que todo está perfectamente digerido y procesado. Me ha tocado estar en una mesa de escritores en la que alguien dijo que tu libro era buenísimo y por detrás escuché un coro de personas que repetían que efectivamente lo era. Creo que decir eso sin hacer ningún comentario posterior, cuando se está entre gente que escribe literatura, resulta por lo menos intrascendente, del mismo modo decir que un libro es una porquería sin dar ningún argumento. Por lo menos el que denosta lo hace por envidia, que de última es un sentimiento que puede resultar más puro (más pueril al menos) que la pereza intelectual del que dice que disfruta de algo que no tiene la honestidad de leer a fondo. Tengo la sensación de que prima la superficialidad y hay una tendencia elevar súbitamente al estrellado a un escritor a partir de una contratapa o de una reseña en un suplemente de Buenos Aires. Pareciera que los escritores, y lamentablemente sobre todo los que estamos empezando, nos la pasamos esperando que Andrés Rivera o Piglia o cualquier escritor de renombre nos dé una frase que nos eleve al estrellato. Está bien buscar el consejo y la aprobación de escritores los escritores mayores admirados, no digo que no, lo que me parece mal es usar la firma de alguien como una marca de certificación de calidad, como si eso nos evitara el trabajo de pensar por nosotros mismos cuál es la literatura que importa y por qué. Además, a partir Es lo que hay y del contacto con otros que escriben, he visto también otra cosa que me llama la atención, que es esta cosa de presentarse a uno mismo a partir de chistes. Pareciera que se trata de dejar en claro que en verdad el que escribe no es engreído ni pretensioso ni se las da de escritor serio, que no responde al modelo de lo que se supone que es ser escritor. Interpreto ese gesto, antes que como un signo de rebeldía, como una suerte de resguardo ante la posibilidad de una crítica. De alguna manera se está diciendo que, como uno no las va de escritor, no hay por qué enfrentarse a posibles juicios negativos. Sin embargo el que publica sabe bien que se expone, que deja su texto a consideración de los lectores, y el lector tiene derecho a exigir de alguien que publica un libro la obra de un escritor, y si no la hay, tiene derecho a señalarlo. No digo que haya que descalificar ni actuar de mala fe, digo que tiene que haber un intercambio honesto entre artista y público. No me imagino a Lisandro Alonso o a Mariano Llinás bromeando sobre su trayectoria, no los imagino negando su formación, sus estudios, sus experiencias estéticas, sus influencias. Cuando voy al cine quiero ver una buena película, voy con el supuesto de que el artista está dando lo mejor de sí y no pensando que es alguien que se toma en broma el cine (y al espectador); cuando publico un cuento lo hago porque creo que vale la pena que alguien lo lea, porque me esforcé para hacerlo, porque la escritura me importa y los lectores me importan. Todos esperamos que lo que damos a conocer sea valorado, todos queremos destacarnos, pero hay que ser honesto. Es muy infantil eso de publicar dejando entrever que al fin de cuentas uno no es un escritor “de verdad”. A lo mejor estoy errado, a lo mejor se trata de una herencia de ese espíritu lúdico de las vanguardias, tal vez se trata de la irreverencia propia de la juventud, de un aire de época que no entiendo, no sé. Me inclino a pensar que si uno no quiere mostrar un curriculum que suene pretenciosos no debe poner nada, y si no le importa figurar y le da asco el mundillo de la literatura, tan lleno de divas y divos, para qué permanecer ahí, para qué publicar. Hay tantos artistas de verdad que viven al margen de todo eso…

Bueno, no la alargo más. Te digo únicamente que, como te habrás dado cuenta, entré a tu blog y seguí algunas recomendaciones que te agradezco mucho. El cuento “Disfruta de la felicidad eterna” que sale en Es lo que hay necesitaría de otra carta. A ése sí que lo disfruté y podría afirmar cosas que me parecen destacables. Creo que está muy bien manejado el tema de esa normalidad siniestra por la que se desliza la familia, creo que el título es una ironía formidable, que la decisión de utilizar un narrador impasible acentúa el drama del tío Máximo y le da un carácter irreversible a su condición. No hay nada que hacer, estamos perdidos, parece decir tu cuento, pero todo sucede en un decorado lleno de luces y colores y eso lo hace más terrible todavía. Por alguna razón el cuento me hizo pensar en la familia Samsa, sólo que da la impresión de que todas las familias han llegado a ser como ésa.

Un abrazo.

                                                                                              

           Pablo Dema

 

 

 



Presentación de "poemas literales", de María Reineri.

08:57 PM, 18/4/2009 .. Publicado en Comentario de libros .. 0 comentarios .. Link

poemas literales; María Reineri. Cartografías Ediciones. 2009. 63 p.

 

Hubo un momento, dicen los especialistas en literatura, en que el arte de la poesía alcanzó la perfección. Esa cúspide de la lírica, ese rendimiento prodigioso propiciado por los simbolistas franceses, por Rimbaud, por Mallarmé, fue también un límite. A partir de entonces, dicen los críticos especializados, cuando la libertad suprema de los poetas produjo una poesía pura, una forma lingüística sin determinaciones de ninguna índole, la poesía se quedó sin público. Hoy, dice Edgardo Dobry, el poeta es un “sacerdote sin más feligresía que su propio gremio”; dicho de otro modo, la poesía sólo le interesa a los poetas.

 

Que la poesía haya alcanzado su pureza quiere decir que no tematiza lo real, que no es vehículo de emociones, que no expresa nada ajeno a ella sino que exhibe una formación lingüística rigurosa y completamente distinta a cualquier uso del lenguaje conocido, diferente incluso de las formas poéticas tradicionales, con su metro, sus esquemas de rima, sus “figuras de uso”. Una poesía así, original y excelsa, es, por su misma singularidad, intratable para cualquier lector que no sea un especialista en la materia.

 

La osadía formal de Mallarmé y de Rimbaud es un límite pero no por ello el final de la poesía; lo que ellos fijaron, lo sepan o no los que escriben poesía a partir de entonces, es la idea de que un poema es un discurso para el cual ninguna restricción tiene vigencia, un espacio en el que el poeta hace lo que quiere o, como dice María Reineri en su libro, lo que puede, pero sin más obligaciones que la fidelidad consigo mismo, con un deseo o necesidad propio de decir.

 

La misma libertad que llevó a algunos poetas a hacer una poesía que encuentra su fundamento en sí misma, llevó a otros a la búsqueda de formas poéticas menos transgresoras, más atentas a la posibilidad de comunicación con el lector. Y si una de las claves del hermetismo de cierta poesía es el uso de un lenguaje figurado llevado al extremo, una manera de retornar a cierta claridad semántica es el uso de un lenguaje predominantemente denotativo, literal. Ese es justamente el adjetivo que califica a la poesía de María desde el título del libro. Sus poemas serían literales en la medida en que no hay que buscar tras cada palabra una clave simbólica o alegórica. Hay una torta de cumpleaños, un desodorante a bolita, una plancha, y todos los objetos funcionan en tanto que tales aunque eso no implica, como se verá enseguida, que la mención de cosas concretas limite el poder de significación de los poemas. Por el contrario, incorporados a las escenas domésticas y en relación con determinados personajes, los objetos, su mera mención (una cinta de atar el pelo o un trozo de pan) adquieren una densidad emotiva que punza tan profundamente el corazón que amenaza con el quiebre de la voz.

 

Punza el corazón y amenaza con quebrar la voz, dije, un poco ambiguamente. ¿Pero el corazón de quién?, dirán ustedes; ¿y qué voz? El corazón y la voz del que lee, ¿pero el suyo, su corazón, su voz cuando lee, o la nuestra, la del lector que se encuentra con el libro?, nos seguimos preguntando. Me parece que el singularísimo mérito de los poemas de este libro es que no lo sabemos bien del todo, o mejor dicho, que lo que sucede es que nuestra voz y la de la autora, su corazón y el nuestro se funden y confunden en algún punto por obra de la poesía. Cuando se oye a su autora leer ciertos poemas, sobre todo los de la sección titulada “La familia”, su voz corre peligro de quebrarse pero la punción en el corazón la sentimos nosotros; eso no impide que luego, al leer ciertos poemas, como por ejemplo el que lleva por título “Feliz cumpleaños”, nuestra voz flaquee porque de algún modo sentimos el estremecimiento del corazón de quien lo escribió. Un poema, dice Jacques Derrida, es algo que se aprende de corazón, con el corazón. Un poema es como un erizo, una forma compacta que al rozarnos nos hiere, nos hinca y, lastimándonos, deja su huella. Un poema es algo que queremos captar completamente, tal cual es de principio a fin, aprenderlo de memoria, pero no porque lo pensemos, porque vayamos aprendiendo sus partes; el poema es algo con lo que chocamos, algo que nos desacomoda y hiere y que percibimos como una unidad que nos afecta de un solo golpe. Así funcionan, me parece, estos poemas literales.

 

Me propuse no leer ningún poema del libro para no quitarles el encanto de oírlos de la voz de su autora. Sucede que los poemas de María encuentran en el modo en que ella los lee y en el tono de su voz el cause más perfecto. El hombre era parecido a su voz, dice Borges de uno de sus personajes. Aquí deberíamos decir que la voz de esta mujer se parece a sus poemas o que los poemas se parecen a la voz de su autora.

Ésta es una voz de mujer y su tema es la mujer que habla y también las demás mujeres. Es como si el libro siguiese un camino que va del interior al exterior y del origen de una vida al presente de ese yo poético: primero se evoca un origen, la fundación del núcleo familiar a partir de la recuperación imaginaria de escenas en las que la voz poética imagina el nacimiento y los primeros años de vida de sus hermanos mayores y luego el suyo a partir de fotos. Luego, están los poemas agrupados bajo el subtítulo “El amor”, en los que una niña y luego una joven comienzan a salir de sí mismas para ser con otros. Más adelante, en el apartado que lleva por título “El trabajo”, la misma mujer hace su ingreso al mundo laboral y cuenta lo que gana, lo que pierde y lo que conserva de sí ante el Estado que le da sustento pero que a cambio pide demasiado. Cada texto está precedido de una fecha o de una indicación circunstancial: el día del primer cumpleaños, el año en que por primera vez pensó en el amor, la fecha del primer cobro de sueldo, el día en que se fue de su casa para independizarse. Esto permite armar una suerte de biografía vivencial de la mujer que habla y nos da la posibilidad de seguirla a lo largo del tiempo y en sus distintas facetas. La penúltima de ellas es su relación con sus congéneres que se hace presente en la serie de poemas agrupados bajo el título “Algunas mujeres”. Aquí aparecen tipos y estereotipos de mujeres que son desestabilizados a partir de procedimientos como el humor, la fina ironía o la crítica abierta. Por ejemplo, ¿qué hacer con la clase de mujer de la que se espera que llore con la novela o viva esperando al príncipe azul? ¿Cómo correrse de ese modelo sin dejar por ello de ser una mujer con atributos fuertes? ¿Cómo hacer una poesía de la mujer que no sea militante, que ataque los estereotipos femeninos pero que no traicione al género? Poesía femenina pero no feminista, libre de la obligación de reivindicar al género (como la de los varones) pero sin dejar de ser una poesía de la mujer. Estos son los temas del último apartado del libro titulado “La poesía que puedo”. Aquí, una mujer se propone decir la palabra que la salvará, la palabra esencial, poética,  con la misma voz con la que pide papas o cebollas en la verdulería.    

 

No quiero dejar de mencionar, para finalizar, una coincidencia que tal vez no sea totalmente producto del azar. Hay un libro de Silvio Mattoni, Poemas sentimentales, que no sé si María leyó, que comienza con una cita de Friedrich Schlegel que aconseja dejar de lado el sentido peyorativo del adjetivo sentimental para poder abrirse a una poesía que tenga ese atributo. Hay además un poema de José Di Marco titulado “Literal”, que no sé si María conoce, que propone dejar de lado el uso abusivo de la metáfora y el lenguaje figurado para nombrar las cosas directamente. Es como si María, que es de la generación inmediatamente posterior a la de los dos escritores mencionados, hubiese seguido esos concejos que, más allá de estar explicitados por estos dos autores, se encuentran tal vez en el aire poético de la actualidad, un aire menos enrarecido y neblinoso que el de los simbolistas, más claro, diáfano y respirable para los lectores. Así que ahora oiremos poemas literales, poemas sentimentales, en un espacio en el que poeta y lectores tal vez comenzamos a reencontrarnos.

 

                                                                                    P.D.



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