Poemas de María Reineri
Confusiones
Como un cumpleaños sin globos
así
se nos pasó la vida
sintiendo que siempre faltó
algo
para que el festejo fuera completo
a veces un regalo
a veces el motivo.
Como una madre que no da besos
así se nos fueron los años
sintiendo
que debíamos llevar sobre la piel
el calor de cierto gesto.
Ignorando
cuál debía ser.
Extrañando con las mejillas
un ardor que nunca supimos.
Como un padre que no da consejos
así fuimos caminando
haciendo lo que se pudo
siguiendo cualquier voz
creyendo ver a trasluz
confundiendo el cariño
con algo más pequeño
cada vez.-
Fabricio. 2 de febrero de 1970.
Flavia, 2 de febrero de 1971.
Primer año
Tu primer año
no fue tu primer cumpleaños,
fue el nacimiento de ella.
-por repetición del error o por resarcimiento-
la cronometría de la cigüeña fue exacta.
Y ese día, anduviste como bola sin manija
casa por casa - brazo por brazo
de las vecinas gordas de la cuadra.
Mientras mamá
acomodaba su cuerpo en el hospital
papá
fumaba el décimo 43/70
y hacía cálculos
-menos exactos que los del ave-
para llegar a fin de mes,
sumando la nafta y los puchos.
Era febrero y en ese pueblo
había mucha tierra.
Estabas en cueritos
y hacías
cosas que un niño haría con su primer año:
Ensayar algunos pasos. Balbucear fonemas para nombrar
la familia. Moquear los juguetes. Señalar cosas que
nadie entiende-que nadie ve. Cierto pájaro cruzando
el cielo.
Volvieron a la tarde siguiente.
Las viejas te habían sacado a la vereda.
Papá se bajó del auto,
agradeció a la doña numero 5.
Te subieron.
“Mirá lo que trajimos. Saludá a tu hermana.”
Del suceso no se registran fotografías
ni actos declarativos.
Te quedaste mirando algo que nadie veía.
-un pájaro es
algo que se va-
aún no era tu edad de preguntar por qué.-
Nací en 1980. Hubo fotos.
Feliz Cumpleaños
De mis cumpleaños sí hay fotos.
No muchas-pero hay:
a colores
con ángulos redondeados
pegadas en cartulinas verdes.
- y esa sensación de que alguien
quiso preservarlas -
En las del primer año
tengo gesto de desconcierto.
La mirada busca más allá del plano, a esos
que no estaban, que estaban trabajando.
Fueron tomadas por maestras de la guardería.
Estaba rodeada por niños
con rostros que ya no existen.
¿Cuenta como real
una foto de cumpleaños
festejado con extraños?
Pero también hay otras.
Estoy contenta en ellas.
Haciendo sonrisa con mi nueva edad.
Los ojos vivos.
El rostro nuevo.
Se me ve el corazón.
Pero la conciencia me enciende de nuevo las velas.
¿Puede sostenerse la alegría de tenerlas
si con cada una
se hace más negro
el velo
que cubre el rostro hermoso y lejano
de mis hermanos pequeñitos,
caritas sólo vistas por gente que no quiere recordar,
niños perdidos
en los ojos siempre cerrados del tiempo?
Ver mis fotos de cumpleaños, también tiene eso.
Un peso que hace temblar las manos,
porque también hay que levantar con ellas
10 años de infancia mendigada
por hermanos
que aún necesitan recibir el tesoro
que te dan cuando sos niño.
¡Feliz cumpleaños¡ ¡Aquí no ha pasado nada!
Como si fuera liviano saber
que mi vida se gestó en la grieta
donde madura el aguijón
que prometieron sacarse
con sus propios hijos.
¡Feliz cumpleaños¡ ¡Te tocó a vos!
Como una bandera rosa
me elevo en esas fotos.
Las manos de él subiendo mi cuerpo
desde abajo de la mesa.
El grito de ella pidiéndome que ría,
su dedo en el obturador.
Me regalaron mi mejor rostro de niña.
Voy a verme en cada foto la risa menos rota.
Voy a tratar de sentir belleza
en su deseo inocente
de estar en mi lugar.-
Nunca supo peinarme. Yo tampoco.
Trenzas
“Ser mujer
no me obliga al rosa,
al corazoncito,
a la cintita con moños...”
pensaba
pero las trenzas
se hacían casi solas
y se le metían las cintas
y se anudaban los moños
y me ajustabas fuerte
para que no se me
escapara el rosa.
Me ponías de hebilla
un corazón!
toda esa maraña
sólo
para
que el rosa
fuera más rosa
y
la nena
más nena
paraquemásrosa
porquecorazón
No te culpo
lo hacías
sin saber
que
el rosa es un color
que hace más triste lo triste
que
las cintas también atan
flores muertas
que
entre las dos
el corazón es
un poco de carne que se mueve
sin ninguna dulzura.-
Antes de conseguir nueva niñera
Por las tardes estaba al cuidado de papá.
Talleres
De taller en taller íbamos cada tarde.
Durante un par de años nuestra relación
fue eso:
vos me cuidabas de 5 a 8
y yo te acompañaba en el auto
-ca lla da. quie ta-
hasta esas cuevas aceitosas.
Miedosa de respirar con ruido,
en el viaje te miraba los bigotes
te adivinaba el seño
medía las letras para armar cualquier pregunta.
No le cabían muchas a tu paciencia.
Pero
los dos andábamos juntos,
paseábamos en el auto,
ventilábamos nuestro silencio
y de paso
despitábamos a las niñeras
que cobraban 5 australes por día.
Cuando bajaba con vos,
“¡que no anduviera cerca de las fosas!”.
Yo les caminaba el borde,
mientras hablabas de bielas y juntas
con hombres abatidos por la grasa.
De los posters de mujeres desnudas,
también hacía mi itinerario.
Un aprendizaje anatómico
crudo. Una vergüenza extraña,
un pudor inexplicable que me recorría
quién sabe qué
parte del cuerpo o del alma
para cerrarme finalmente los ojos.
Otras veces, la consigna era esperar en el auto.
Ahí el trato era con mi imaginación.
Prendía la radio muerta
y jugaba
a que me hablabas
desde algún etéreo lugar,
aunque siguieras
tan oídos
sordos de mí / de mi palabra
comprando repuestos
para arreglarle a otros señores
sus cosas rotas.-
A la fe de mi abuela.
Viernes Santo: mi abuela creía
Hoy no está el hijo
-hoy se moría-
Presentación de "poemas literales", de María Reineri.
poemas literales; María Reineri. Cartografías Ediciones. 2009. 63 p.
Hubo un momento, dicen los especialistas en literatura, en que el arte de la poesía alcanzó la perfección. Esa cúspide de la lírica, ese rendimiento prodigioso propiciado por los simbolistas franceses, por Rimbaud, por Mallarmé, fue también un límite. A partir de entonces, dicen los críticos especializados, cuando la libertad suprema de los poetas produjo una poesía pura, una forma lingüística sin determinaciones de ninguna índole, la poesía se quedó sin público. Hoy, dice Edgardo Dobry, el poeta es un “sacerdote sin más feligresía que su propio gremio”; dicho de otro modo, la poesía sólo le interesa a los poetas.
Que la poesía haya alcanzado su pureza quiere decir que no tematiza lo real, que no es vehículo de emociones, que no expresa nada ajeno a ella sino que exhibe una formación lingüística rigurosa y completamente distinta a cualquier uso del lenguaje conocido, diferente incluso de las formas poéticas tradicionales, con su metro, sus esquemas de rima, sus “figuras de uso”. Una poesía así, original y excelsa, es, por su misma singularidad, intratable para cualquier lector que no sea un especialista en la materia.
La osadía formal de Mallarmé y de Rimbaud es un límite pero no por ello el final de la poesía; lo que ellos fijaron, lo sepan o no los que escriben poesía a partir de entonces, es la idea de que un poema es un discurso para el cual ninguna restricción tiene vigencia, un espacio en el que el poeta hace lo que quiere o, como dice María Reineri en su libro, lo que puede, pero sin más obligaciones que la fidelidad consigo mismo, con un deseo o necesidad propio de decir.
La misma libertad que llevó a algunos poetas a hacer una poesía que encuentra su fundamento en sí misma, llevó a otros a la búsqueda de formas poéticas menos transgresoras, más atentas a la posibilidad de comunicación con el lector. Y si una de las claves del hermetismo de cierta poesía es el uso de un lenguaje figurado llevado al extremo, una manera de retornar a cierta claridad semántica es el uso de un lenguaje predominantemente denotativo, literal. Ese es justamente el adjetivo que califica a la poesía de María desde el título del libro. Sus poemas serían literales en la medida en que no hay que buscar tras cada palabra una clave simbólica o alegórica. Hay una torta de cumpleaños, un desodorante a bolita, una plancha, y todos los objetos funcionan en tanto que tales aunque eso no implica, como se verá enseguida, que la mención de cosas concretas limite el poder de significación de los poemas. Por el contrario, incorporados a las escenas domésticas y en relación con determinados personajes, los objetos, su mera mención (una cinta de atar el pelo o un trozo de pan) adquieren una densidad emotiva que punza tan profundamente el corazón que amenaza con el quiebre de la voz.
Punza el corazón y amenaza con quebrar la voz, dije, un poco ambiguamente. ¿Pero el corazón de quién?, dirán ustedes; ¿y qué voz? El corazón y la voz del que lee, ¿pero el suyo, su corazón, su voz cuando lee, o la nuestra, la del lector que se encuentra con el libro?, nos seguimos preguntando. Me parece que el singularísimo mérito de los poemas de este libro es que no lo sabemos bien del todo, o mejor dicho, que lo que sucede es que nuestra voz y la de la autora, su corazón y el nuestro se funden y confunden en algún punto por obra de la poesía. Cuando se oye a su autora leer ciertos poemas, sobre todo los de la sección titulada “La familia”, su voz corre peligro de quebrarse pero la punción en el corazón la sentimos nosotros; eso no impide que luego, al leer ciertos poemas, como por ejemplo el que lleva por título “Feliz cumpleaños”, nuestra voz flaquee porque de algún modo sentimos el estremecimiento del corazón de quien lo escribió. Un poema, dice Jacques Derrida, es algo que se aprende de corazón, con el corazón. Un poema es como un erizo, una forma compacta que al rozarnos nos hiere, nos hinca y, lastimándonos, deja su huella. Un poema es algo que queremos captar completamente, tal cual es de principio a fin, aprenderlo de memoria, pero no porque lo pensemos, porque vayamos aprendiendo sus partes; el poema es algo con lo que chocamos, algo que nos desacomoda y hiere y que percibimos como una unidad que nos afecta de un solo golpe. Así funcionan, me parece, estos poemas literales.
Me propuse no leer ningún poema del libro para no quitarles el encanto de oírlos de la voz de su autora. Sucede que los poemas de María encuentran en el modo en que ella los lee y en el tono de su voz el cause más perfecto. El hombre era parecido a su voz, dice Borges de uno de sus personajes. Aquí deberíamos decir que la voz de esta mujer se parece a sus poemas o que los poemas se parecen a la voz de su autora.
Ésta es una voz de mujer y su tema es la mujer que habla y también las demás mujeres. Es como si el libro siguiese un camino que va del interior al exterior y del origen de una vida al presente de ese yo poético: primero se evoca un origen, la fundación del núcleo familiar a partir de la recuperación imaginaria de escenas en las que la voz poética imagina el nacimiento y los primeros años de vida de sus hermanos mayores y luego el suyo a partir de fotos. Luego, están los poemas agrupados bajo el subtítulo “El amor”, en los que una niña y luego una joven comienzan a salir de sí mismas para ser con otros. Más adelante, en el apartado que lleva por título “El trabajo”, la misma mujer hace su ingreso al mundo laboral y cuenta lo que gana, lo que pierde y lo que conserva de sí ante el Estado que le da sustento pero que a cambio pide demasiado. Cada texto está precedido de una fecha o de una indicación circunstancial: el día del primer cumpleaños, el año en que por primera vez pensó en el amor, la fecha del primer cobro de sueldo, el día en que se fue de su casa para independizarse. Esto permite armar una suerte de biografía vivencial de la mujer que habla y nos da la posibilidad de seguirla a lo largo del tiempo y en sus distintas facetas. La penúltima de ellas es su relación con sus congéneres que se hace presente en la serie de poemas agrupados bajo el título “Algunas mujeres”. Aquí aparecen tipos y estereotipos de mujeres que son desestabilizados a partir de procedimientos como el humor, la fina ironía o la crítica abierta. Por ejemplo, ¿qué hacer con la clase de mujer de la que se espera que llore con la novela o viva esperando al príncipe azul? ¿Cómo correrse de ese modelo sin dejar por ello de ser una mujer con atributos fuertes? ¿Cómo hacer una poesía de la mujer que no sea militante, que ataque los estereotipos femeninos pero que no traicione al género? Poesía femenina pero no feminista, libre de la obligación de reivindicar al género (como la de los varones) pero sin dejar de ser una poesía de la mujer. Estos son los temas del último apartado del libro titulado “La poesía que puedo”. Aquí, una mujer se propone decir la palabra que la salvará, la palabra esencial, poética, con la misma voz con la que pide papas o cebollas en la verdulería.
No quiero dejar de mencionar, para finalizar, una coincidencia que tal vez no sea totalmente producto del azar. Hay un libro de Silvio Mattoni, Poemas sentimentales, que no sé si María leyó, que comienza con una cita de Friedrich Schlegel que aconseja dejar de lado el sentido peyorativo del adjetivo sentimental para poder abrirse a una poesía que tenga ese atributo. Hay además un poema de José Di Marco titulado “Literal”, que no sé si María conoce, que propone dejar de lado el uso abusivo de la metáfora y el lenguaje figurado para nombrar las cosas directamente. Es como si María, que es de la generación inmediatamente posterior a la de los dos escritores mencionados, hubiese seguido esos concejos que, más allá de estar explicitados por estos dos autores, se encuentran tal vez en el aire poético de la actualidad, un aire menos enrarecido y neblinoso que el de los simbolistas, más claro, diáfano y respirable para los lectores. Así que ahora oiremos poemas literales, poemas sentimentales, en un espacio en el que poeta y lectores tal vez comenzamos a reencontrarnos.
P.D.
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