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Poemas de María Reineri

09:05 PM, 18/4/2009 .. Publicado en Poemas .. 0 comentarios .. Link

Confusiones

 

Como un cumpleaños sin globos

así

se nos pasó la vida

sintiendo que siempre faltó

algo                  

para que el festejo fuera completo

 

a veces un regalo

 

a veces el motivo.

 

Como una madre que no da besos

así se nos fueron los años

sintiendo

que debíamos llevar sobre la piel

el calor de cierto gesto.

Ignorando

cuál debía ser.

Extrañando con las mejillas

un ardor que nunca supimos.

 

Como un padre que no da consejos

así fuimos caminando

 

haciendo lo que se pudo

siguiendo cualquier voz

creyendo ver a trasluz

 

confundiendo el cariño

con algo más pequeño

 

cada vez.-

 

 

Fabricio. 2 de febrero de 1970.

Flavia, 2 de febrero de 1971.

 

 

Primer año

                       

Tu primer año

no fue tu primer cumpleaños,

 

fue el nacimiento de ella.

 

-por repetición del error o por resarcimiento-

la cronometría de la cigüeña fue exacta.

 

Y ese día, anduviste como bola sin manija

casa por casa - brazo por brazo

de las vecinas gordas de la cuadra.

 

Mientras mamá

acomodaba su cuerpo en el hospital

papá

fumaba el décimo 43/70

y hacía cálculos

-menos exactos que los del ave-

para llegar a fin de mes,

sumando la nafta y los puchos.

 

Era febrero y en ese pueblo

había mucha tierra.

Estabas en cueritos

y hacías

cosas que un niño haría con su primer año:

Ensayar algunos pasos. Balbucear fonemas para nombrar

la familia. Moquear los juguetes. Señalar cosas que

nadie entiende-que nadie ve. Cierto pájaro cruzando

el cielo.

 

 

Volvieron a la tarde siguiente.

Las viejas te habían sacado a la vereda.

Papá se bajó del auto,

agradeció a la doña numero 5.

Te subieron.

 

“Mirá lo que trajimos. Saludá a tu hermana.”

 

 

 

Del suceso no se registran fotografías

ni actos declarativos.

 

Te quedaste mirando algo que nadie veía.

 

-un pájaro es

algo que se va-

 

aún no era tu edad de preguntar por qué.-

 

 

 

 

 

Nací en 1980. Hubo fotos.

 

Feliz Cumpleaños

 

De mis cumpleaños sí hay fotos.

No muchas-pero hay:

 

a colores

con ángulos redondeados

pegadas en cartulinas verdes.

 

- y esa sensación de que alguien

            quiso preservarlas -

 

En las del primer año

tengo gesto de desconcierto.

La mirada busca más allá del plano, a esos

que no estaban, que estaban trabajando.

 

Fueron tomadas por maestras de la guardería.

Estaba rodeada por niños

con rostros que ya no existen.

 

¿Cuenta como real

una foto de cumpleaños

festejado con extraños?

 

Pero también hay otras.

 

Estoy contenta en ellas.

Haciendo sonrisa con mi nueva edad.

Los ojos vivos.

El rostro nuevo.

Se me ve el corazón.

 

 

Pero la conciencia me enciende de nuevo las velas.

 

¿Puede sostenerse la alegría de tenerlas

si con cada una

se hace más negro

el velo

que cubre el rostro hermoso y lejano

de mis hermanos pequeñitos,

 

caritas sólo vistas por gente que no quiere recordar,

niños perdidos

en los ojos siempre cerrados del tiempo?

 

 

Ver mis fotos de cumpleaños, también tiene eso.

Un peso que hace temblar las manos,

porque también hay que levantar con ellas

10 años de infancia mendigada

por hermanos

que aún necesitan recibir el tesoro

que te dan cuando sos niño.

 

¡Feliz cumpleaños¡ ¡Aquí no ha pasado nada!

 

Como si fuera liviano saber

que mi vida se gestó en la grieta

donde madura el aguijón

que prometieron sacarse

con sus propios hijos.

 

 

¡Feliz cumpleaños¡ ¡Te tocó a vos!

 

Como una bandera rosa

me elevo en esas fotos.

Las manos de él subiendo mi cuerpo

desde abajo de la mesa.

El grito de ella pidiéndome que ría,

su dedo en el obturador.

 

 

Me regalaron mi mejor rostro de niña.

 

 

Voy a verme en cada foto la risa menos rota.

Voy a tratar de sentir belleza

en su deseo inocente

de estar en mi lugar.-

 

 

 

 

Nunca supo peinarme. Yo tampoco.

 

 

Trenzas

 

 

“Ser mujer

no me obliga al rosa,

al corazoncito,

a la cintita con moños...”

 

pensaba

 

pero las trenzas

se hacían casi solas

y se le metían las cintas

y se anudaban los moños

 

y me ajustabas fuerte

para que no se me

escapara el rosa.

 

Me ponías de hebilla

un corazón!

 

toda esa maraña

 

sólo

 

para

 

que el rosa

fuera más rosa

y

la nena

más nena

paraquemásrosa

porquecorazón

 

No te culpo

 

lo hacías

sin saber

que

 

el rosa es un color

que hace más triste lo triste

 

que

las cintas también atan

flores muertas

 

que

entre las dos

el corazón es

 

un poco de carne que se mueve

 

 

sin ninguna dulzura.-

 

 

 

 
 
Antes de conseguir nueva niñera
Por las tardes estaba al cuidado de papá.
 
Talleres

 

De taller en taller íbamos cada tarde.

Durante un par de años nuestra relación

fue eso:

 

vos me cuidabas de 5 a 8

y yo te acompañaba en el auto

-ca lla da. quie ta-

hasta esas cuevas aceitosas.

 

Miedosa de respirar con ruido,

en el viaje te miraba los bigotes

te adivinaba el seño

medía las letras para armar cualquier pregunta.

No le cabían muchas a tu paciencia.

 

Pero

los dos andábamos juntos,

paseábamos en el auto,

ventilábamos nuestro silencio

y de paso

despitábamos a las niñeras

que cobraban 5 australes por día.

 

Cuando bajaba con vos,

“¡que no anduviera cerca de las fosas!”.

Yo les caminaba el borde,

mientras hablabas de bielas y juntas

con hombres abatidos por la grasa.

 

De los posters de mujeres desnudas,

también hacía mi itinerario.

Un aprendizaje anatómico

crudo. Una vergüenza extraña,

un pudor inexplicable que me recorría

quién sabe qué

parte del cuerpo o del alma

para cerrarme finalmente los ojos.

 

 

Otras veces, la consigna era esperar en el auto.

 

Ahí el trato era con mi imaginación.

Prendía la radio muerta

y jugaba

a que me hablabas

desde algún etéreo lugar,

aunque siguieras

 

tan oídos

sordos de mí / de mi palabra

 

comprando repuestos

para arreglarle a otros señores

 

 

sus cosas rotas.-

 

 

A la fe de mi abuela.

 

Viernes Santo: mi abuela creía

 

Hoy no está el hijo

-hoy se moría-

 


Poemas de Osvaldo Guevara

06:15 PM, 29/1/2009 .. Publicado en Poemas .. 1 comentarios .. Link

POEMAS DE OSVALDO GUEVARA[1]

Sin pena en la palabra

Aunque me curve el desaliento

como un alud de piedras negras

no se lo cuento a mis palabras.

Escribir triste

es seguir derramando un vino amargo

sobre el mantel del mundo

ya mortalmente percudido.

 

Pero tal vez

ciertas almas piadosas que me leen

vengan a investigar mis lagrimales

y acaben demostrándome que mis palabras

no sobrevuelan tan livianamente

las aguas del naufragio

como quiero creer.

 

Poetas

            “…un sujeto en el que lo humano tiene tiempos de cambio muy diferentes al de los organismos artificiales.

Me escriben cartas fraternales

sobre mis libros.

Cuando nos encontramos

su mano brilla en mi hombro como una charretera.

 

Pero

“es demasiado humano”

cuchichean

olímpicos.

 

El poeta y el hombre

en mí caminan con el mismo paso.

 

(Plumajes altaneros

no garantizan vuelos altos.)

 

Poesía Eres Tú

Esos poetas

que parecieran ser los únicos

en saber

a ciencia cierta

o ciencia infusa

qué es la poesía

 

y hablan de ella

parados

en el último eslabón de las gradas

que conducen al templo.

 

Esos poetas…

 

Yo no sé lo que es la poesía.

 

Tal vez

mi poesía sí

 

y no sepa decírmelo.

 

Caídas

Caen

las hojas del otoño

caen.

 

Son las primeras

pero usan ya la vejez

de las últimas.

 

Tienen de mí

el temblor friolento

la sensación de finitud

el peso

junto al ansia

de subir.

 

Se parecen a esas cartas de amor

que sólo releerá el olvido.

 

Están las que retardan

la consumación

de su caída:

 

aguardan entre las ramas

con mareos

de alambristas escuálidas.

 

Viajan sobre los automóviles

inciertas como guantes

que han perdido sus manos.

 

Cómo evitar

que algo de tanto otoño caiga

en mis aguas inmóviles.

 

Barridas

                        Pulvis et umbra sumus

                                               Horacio

Encorvándose aun más

barre su vereda.

La escoba es en sus manos

una llama seca.

 

Sin contemplar la tarde

barre la tierra.

 

Espanta al perro impávido

que alza una pata aviesa

junto al árbol gris

que sueña acaso otras veredas.

 

Derrumbándose el crepúsculo

convierte al polvo de la calle en niebla.

 

Un carro oscurecido

cruje en sus ruedas.

 

El adulto mayor

barre su propia sombra

barre la luz que queda.

 

Tal vez piense que pronto no podrá

espantarse la tierra.

 

Migas

Desmigajando

un pan

alimento a mis visitantes

ingrávidos y ávidos.

 

Blandamente

el sol

picotea mi sombra

aletea en mis manos.

 

Estarme

así

toda la vida

resguardado por árboles y pájaros…

 

Músicas

Era el cuervo de Poe

inmóvil en el alba

a contraluz

sobre la rama más aguda

del árbol otoñal

ya sin hojas

finísimo.

 

Una agorera oscuridad

amedrentando los azules trémulos

era el pájaro.

 

Hasta que su canción

lo volvió la transparencia

manantial diamantino.

 

Y se alumbró de músicas el día

meciéndose al unísono

la sangre

con el latir del sol

el respirar del aire

los números del trino.

 

Nosotros

Ella y yo

ciertos días:

dos enfermos con sed

sobre la sal del mar

en el fondo de un bote a la deriva.

 

Superficies

El aroma a café con que renazco

cuando saltan las gotas de los trinos.

 

El abejeo del amanecer

entre cortinas y pocillos.

 

El damasco estallándome en el patio

desde el árbol copioso del vecino.

 

El cura -¿sin sotana?- por el barrio

(su bocinazo esquivo).

 

Quizá una bicicleta meciéndose en la senda

que desteje los yuyos del baldío.

 

El sobre aún por rasgar del poeta de Córdoba

merodeador de copas y corpiños.

 

El rumor de tu pelo por la casa

entrando en mí como un rocío.

 

La hoja yerma invocando

la catártica lluvia de los tipos.

 

Y tantas otras cosas

que hacen del alma un puro instinto.

 

Vivir sin penetrar las superficies:

qué profundo ejercicio.

 

Picaflor

Indeciso entre pájaro y destello,

aureola de la flor, burbuja errante,

danzarina girándula flotante,

remolino colgante de un cabello.

 

Aire en fino tropel, tierno atropello,

parpadear del silencio palpitante,

trompo casi en la mano, y tan distante,

musitar de minúsculo resuello.

 

Verlo en el patio de la casa quieta

es ahondar la tarde en un suspiro

sintiendo cómo el cuerpo me sujeta;

 

es anhelar un salto, un vuelo, un giro,

con la zozobra de un anacoreta

cautivo del deseo en su retiro.



[1] Los poemas aquí seleccionados pertenecen al último libro de Osvaldo Guevara: Sin pena en la palabra, Código Gráfico, Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 2007



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